Hacia una ecología del sonido en América Latina

             El músico y pintor Luigi Russolo, en uno de los manifiestos futuristas de 1913 escribe: “En la 

Antigüedad a vida no era más que silencio. El ruido no apareció hasta el siglo XIX, con el 

advenimiento de las máquinas. Hoy el ruido reina sobre la sensibilidad humana” (2). Y es cierto que no 

es hasta la aparición del ruido que se empieza a prestar profunda atención a este ámbito tan importante, 

pero, a la vez tan denostado: el sonido. No me refiero a la música o los estudios de la física del sonido, 

sino al Sonido con mayúsculas, a todo lo que en nuestra cotidianidad entre por nuestros oídos 

consciente o inconscientemente, en su interacción con lo vivo, lo humano y lo inanimado, en un 

complicado equilibrio sistémico.



No fue hasta las postrimerías del siglo XX cuando la academia comenzó a interesarse por la dimensión acústica, como parte fundamental de los estudios ecológicos. A finales de los años sesenta, un grupo de investigadores en Vancouver empezó a prefigurar el alcance de un nuevo campo de estudio conocido como la ecología acústica. Este renovado interés, enmarcado en el proyecto conocido como World Soundscape Project, proponía una particular atención a los sonidos emitidos por los seres humanos y su repercusión sobre el medio ambiente. A partir de aquí, esta disciplina ha evolucionado hasta integrarse con la sociología, la biología, los estudios culturales, la creación musical, la psicología, y los nuevos desarrollos de la tecnología. El objetivo de esta ponencia es introducir y poner en contexto algunos postulados de la ecología del sonido con el fin de determinar si es posible llevar a cabo una empresa similar en las particularidades de la geografía humana latinoamericana.

El estudio de la ecología acústica, también conocido como ecoacústica, se inició formalmente gracias al interés del investigador, músico y ambientalista canadiense Raymond Murray Schafer, desde el desarrollo de su noción de paisaje sonoro. Anteriormente, ya había sido estudiado por el urbanista Michael Southworth, considerado como uno de los que primero se interesó por este tema desde el diseño urbano.  Este nuevo soundscape vendría a ser una propuesta alternativa al landscape, entendido como distribución de los elementos de la tierra, bien sea rural o urbana. El paisaje sonoro es la distribución de sonidos en un ambiente o un espacio determinado. Esto incluye tanto los sonidos propios de la naturaleza, como los realizados por los humanos y sus artefactos tecnológicos. Esto quiere decir que en el estudio de un paisaje sonoro tendrán la misma relevancia los sonidos producidos por la fauna, la flora, los producidos por la tierra y sus minerales, así como los automóviles, la música y las voces humanas. El objeto de esta disciplina es el análisis de estos paisajes sonoros, de la integración de estos sonidos en el espacio, y de la afectación acústica del entorno natural debido a la aparición de estos sonidos.

Lo que podría ser considerado, en un primer acercamiento, como una curiosidad de utilidad limitada, ha tenido repercusiones al traer a la palestra la problemática de la contaminación sonora, como un punto a tomar en cuenta al estudiar el impacto ambiental de los desarrollos industriales en nuestra salud mental. No obstante, hay que decir que esto es sólo uno de los tantos desarrollos que ha tenido esta disciplina en los últimos años que, poco a poco, se ha ganado su lugar en el gran paraguas de la ecocrítica. A través del estudio del paisaje sonoro de diversas zonas del planeta y de diversas etapas de la historia, se ha logrado llevar a cabo un buen número de análisis que van desde la antropología cultural, la semiótica, la psicología, la intrahistoria y la sociología de la comunicación. Marshall McLuhan y Edmund Carpenter son considerados unos de los primeros teóricos en interesarse por los estudios de lo sonoro. A ellos se les debe el concepto de espacio acústico para referirse a las interacciones humanas anteriores al desarrollo de la escritura y de la luz eléctrica. El fenómeno acústico del habla estructuraba el espacio en el cual ocurrían todas las interrelaciones humanas. En los tiempos en los que la electricidad no creaba la ilusión de la claridad permanente y la oscuridad era parte fundamental de nuestra cotidianidad y cosmovisión, la voz tenía el papel de dar claridad a los otros sentidos. Desde este punto de vista es más fácil entender aquella frase atribuida a Sócrates de: “Habla para que pueda verte” Loquere igitur, in quit, adolescents, ut te videam]. La escritura se constituyó en una representación visual de lo que antes era acústico, lo que representó un paso agigantado en lo que puede llamarse la migración que la civilización occidental ha emprendido hacia la superioridad del sentido de la vista, de lo que hablaré más adelante.

Además del rol comunicativo, el sonido también ha tenido una gran importancia para el ejercicio del poder y de las hegemonías. El ya citado Murray Schafer ha observado cómo, a través del sonido, el cristianismo y el islam mantuvieron la cohesión y unidad de sus feligreses. Pensemos por un momento cuál es el sonido más fuerte que escuchamos en la actualidad en nuestras ciudades, ¿hay algún sonido que pueda ser escuchado por todos al mismo tiempo? Tal vez pensemos en la alarma de tornados o un camión de bomberos en pueblos muy pequeños. En las localidades bajo el influjo del cristianismo, el sonido más fuerte y omnipresente eran las campanas de la catedral. No había espacio privado para la voz de Dios, se podría decir. La ciudad, más pequeña entonces, estaba articulada por el oído, y también estaba delimitada por él. Lo que estaba fuera del alcance del radio de las campanas, era el allá, lo no civilizado. El sonido ejercía una hegemonía alrededor del cual se erigieron los grandes centros urbanos. En el mundo musulmán ocurría lo mismo con el almuecín, quien desde lo alto de la mezquita convocaba con su viva voz para la oración diaria. Para Murray Schafer, el mundo religioso era sinónimo de sonidos muy fuertes, autoritarios y ampliamente propagados. En cambio, lo profano estaba relacionado con el silencio, lo imperceptible, lo oculto. Estas fueron formas de dominar y definir el espacio por medio de lo acústico.

En tiempos más recientes, la radio se encargó de ocupar ese lugar. Por sus características propias, fue capaz de llegar cada vez más lejos en el afán de difundir su mensaje cultural, pero también ideológico, propagandístico y comercial. Llegó a convertirse en vocero y gendarme de una idea política y, luego, también del comercio. La radio se convirtió en un poder ubicuo de propaganda y control, la cual adoptó el monólogo como forma de divulgación de ideas, llegando al extremo de la saturación de mensajes y la enajenación. Estas modalidades del sonido eran extrañas para el ser humano.  La naturaleza suele estar ordenada por el diálogo o, más bien, el coloquio; cada sonido, con su amplitud e intensidad particular, está distribuido en el espectro auditivo. El ruido y su manipulación son invenciones modernas.

Nuestro sentido del oído igualmente posee características especiales. Somos capaces de cerrar nuestros ojos y dejar de ver. Nuestra vista es analítica y reflexiva. Nuestra audición es activa (43), nuestros oídos siempre están abiertos. No existe propiamente un equivalente al enfoque o al zoom en la audición. Este sentido está siempre dado, y tal vez por eso se ha desensibilizado o, por lo menos, ha estado a la sombra de lo visual. Esto no es nuevo. La vista ha tenido, en la cultura occidental, hegemonía frente a los demás sentidos. Tanto en la sabiduría popular como en la filosofía y las ciencias puras, la vista ha sido sinónimo de certeza, de claridad. El mirar está en el origen de la palabra teoría, emparentada con la contemplación. Hemos estado sometidos por un prolongado periodo de tiempo a un imperialismo visual que ha relegado al resto de los sentidos al oscurantismo. El mismo Martin Heidegger ha tenido bajo su mira este paradigma y lo ha criticado duramente, abriendo la posibilidad de elaborar otras metáforas del conocimiento surgidas de lo acústico y la escucha. El francés Jean-Luc Nancy retoma esta senda y diseña con mucha fuerza una propuesta ontológica basada en la audición, como es el caso de Listening (2007). Reivindica un sentido más íntimo, recóndito y etéreo, que es también menos colonizador, con la capacidad, además, de escucharse a sí mismo, cosa que no puede hacer tan fácilmente el ojo. A las nociones conocidas de forma, representación, aspecto, etc., habría que contraponer las de acento, tono, timbre y resonancia, nociones estas que, aunque conocidas, pueden llegar a inquietar a la intelección acostumbrada a servirse de la vista para fijar sus sensaciones y pensamientos. El impacto particular de este tipo de experiencias es incomparable, y la capacidad de afectarnos en lo más profundo es mucho mayor y más compleja que aquellas que involucran la visión. Nuestro cuerpo, además, es un poco más vulnerable ante la presencia del sonido que ante lo visual. Es posible administrar lo visible. Podemos cerrar los ojos, utilizar nuestros párpados para no permitir la entrada de la luz, de las imágenes. Nuestros oídos, en cambio, están siempre abiertos.

Murray Schafer, haciendo uso de su naciente metodología, intenta reconstruir los paisajes sonoros de varios periodos de la historia por medio de la literatura y de la pinacoteca disponible en la actualidad. De esa forma se ha logrado tener un de idea de cómo sonaba la ciudad renacentista; a saber: vocinglería, preponderancia de la madera como material primordial de la construcción, bulliciosos sin llegar a la estridencia. Entendiendo que el paisaje sonoro urbano no puede ser el mismo ahora que el de hace casi cinco siglos, sin embargo, critica que el leitmotiv de la ciudad actual sea la maquinaria de construcción, y sea celebrado como una señal de progreso. Y es aquí donde se sacrifica el ambiente acústico en pro de un mejor futuro visual, basado ya no en la madera, sino en el cemento y el vidrio. Pero es en este punto en el que la ecología acústica entra en un terreno espinoso, el mismo en el que se ve inmerso gran parte del pensamiento y el movimiento ecológico. Además de ser acusado de falta de metodología para el análisis de realidades antiguas o lejanas, se le ha achacado un prominente cariz utópico y elitista, propulsor de un nuevo orden de tratamiento de la dimensión acústica que no toma en cuenta problemas más inmediatos y tangibles de la población, especialmente la más vulnerable y depauperada, idea promovida por la primera ola de la ecocrítica, específicamente, la de Murray Bookchin. Si el cambio climático es tratado con incredulidad por teorías de la conspiración y por un buen número de personas, la idea de privilegiar el ámbito invisible de lo aural es mucho más sospechoso. Algunos intentos de poner en práctica hallazgos de esta disciplina han sido catalogados de anacrónicos intentos de ecocentrismo, el anarco-primitivismo, o abanderados de la resalvajización.  Sin embargo, se debe aceptar que los postulados de quienes han investigado la dimensión acústica ofrecen interesantes herramientas para analizar una parte fundamental del medio en el que vivimos, realizando una especie de close reading de lo sonoro. Esto no puede tener otro interés que la resensibilización de nuestros sentidos. Aquí me detengo a preguntar si es posible y pertinente emprender el estudio de nuestras sociedades latinoamericanas desde la audición, como metodología para reconocer no sólo el estado de contaminación sonorade asentamientos urbanos, sino para adentrarnos en problemas como la pobreza, la violencia y la desigualdad. ¿Es acaso esto posible? Y de ser así, ¿cómo es posible llevarlo a cabo? La intención de esta presentación no es ofrecer respuestas, sino identificar los posibles caminos que se pueden tomar para responderlas.

Lo primero que se puede hacer es comenzar el proceso de rescate del espacio auditivo en el que vivimos, entendiendo que hemos vivido en un mundo de clara supremacía visual; luego intentar modificar la realidad. Esta primera etapa es pedagógica y de sensibilización, escolar, si se quiere. Este es uno de los objetivos de esta presentación. Escuchar con atención es más que una práctica de un interesado en el budismo o del mindfulness. Por el contrario, esto puede ser entendido como la adquisición de la habilidad de leer, pero con los oídos. Posteriormente, la sistematización. Esto comienza con la recolección del paisaje sonoro, de la forma como el musicólogo lo haría o el antropólogo, para luego analizarlo. Esto puede hacerse también partiendo de material audiovisual ya existente. (Esto constituye la otra etapa de mi investigación, en la cual trabajaré con un par de documentales realizados en el terminal de pasajeros de una ciudad venezolana). El análisis del material recopilado puede ser analizado por medio de complicados gráficos de espectrografía acústica, por medio de la notación musical, el sonograma, el sonómetro, entre otros, que nos ayudarán a determinar los decibelios de un sonido, pero también la frecuencia, la recurrencia y su repercusión en el entorno. Si este es el fin, partiendo de la información obtenida, pueden realizarse propuestas de diseño y de mejora en las condiciones del ambiente acústico. Esto no es nuevo. En el Londres del siglo XIX se tuvo la interesante idea de mejorar las condiciones acústicas de una bulliciosa ciudad. Se llegó a la conclusión de que lo que generaba la contaminación auditiva era el canto de los diversos pregoneros que vendían sus mercancías utilizando muy variadas formas de entonar sus voceríos. La solución propuesta fue organizar unas jornadas para educar y afinar las voces de los  pregoneros para que, en conjunto, los pregones fueran más harmónicos y agradables para los oídos de los transeúntes. Más recientemente, se encuentra un mayor número de investigadores que ofrecen servicios de especialistas de sonido, los cuales son contratados para sonorizar espacios públicos o para diseñar el sonido apropiado para un nuevo modelo de automóvil. Estos especialistas, en el mejor de los casos, deben tener habilidades técnicas de ingeniería de sonido y, a la vez, una profunda noción de las problemáticas sociales y medioambientales principales.  La recomendación que da Murray Schafer a estos nuevos profesionales es, principalmente, cambiar el paradigma de lo visual como negador de lo auditivo; es decir, que sea agradable a los ojos y a los oídos (y por qué no, al tacto y al olfato). El caso del avión Concorde es muy ilustrativo. Nunca un aparato fue tan agradable a la vista, y tan terrible al oído. Su diseño parecía ser el de un pájaro silencioso pero su motor produjo en su momento los decibelios más altos que cualquier máquina pudo producir en el planeta.

Otros ejemplos de propuestas emanadas de especialistas del sonido es la de repensar el ruido de las sirenas de bomberos y ambulancias, de forma tal que sean efectivas para su fin, pero no causen daño a los oídos de quienes transitan por las calles en ese momento. Otro ejemplo, un poco más llamativo y poético, es el de la distribución y manutención de gallos para intentar reducir el uso de molestas alarmas y despertadores.

            En fin, para terminar este recuento de intenciones, se puede decir que sea cual sea el área de 

especialización, esta disciplina tiene el compromiso ético de intentar un cambio de paradigmas en la 

hegemonía de los sentidos y de las experiencias sensoriales (Ir a ver qué me dice o Ver un concierto). 

Igualmente, se debe proponer una alternativa al mundo a la medida del diseñador gráfico, del diseño 

para los ojos, y en todo caso trabajar conjuntamente para que también se escuche bien. Que lo estético 

sea basado en lo ecológico y que nuestras construcciones no tengan el objetivo de aislarse del entorno 

de luchar en su contra, sino de integrarlo y reconciliarse con él: Cabral de Melo Neto “puertas por-

donde, jamás puertas-contra”, “construir lo abierto”, “no construir como cerrar secretos”. Que la 

música, lo sonoro en general, así como el necesario silencio, no estén invitados solo con el afán de 

trabajar mejor y más tiempo, de ser más productivos, de comprar más, sino para recordar que en el 

paisaje abierto de lo que suena uno es un sonido más. 

No hay comentarios: